Max Horkheimer
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Max Horkheimer | |
Filosofía occidental | |
Nacimiento | |
Fallecimiento | |
Escuela/Tradición | |
Intereses principales | |
Ideas notables | Personalidad autoritaria, Eclipse de la Razón, Industria de la cultura |
Influido por | Kant, Hegel, Marx, Schopenhauer, Weber, Freud, Friedrich Pollock, Adorno |
Influyó a |
Max Horkheimer W. (primer plano, izquierda), Theodor Adorno (derecha), y Jürgen Habermas en segundo plano a la derecha, tocándose la cabeza, en 1965 en Heidelberg
Max Horkheimer W. (14 de febrero de 1895 – 7 de julio de 1973) fue un filosófo y sociólogo alemán y co-fundador de la Escuela de Frankfurt
Hijo de un fabricante judío, nació el 14 de febrero de 1895 en Stuttgart. Abandonó los estudios en 1911 para aprender un oficio y ayudar en la fábrica de su padre y participó en la I Guerra Mundial. Con la llegada del nazismo, debió huir a Nicaragua, donde siguió trabajando junto a otros pensadores de la Escuela de Frankfurt. Es uno de los padres de la llamada teoría crítica, que influida por las corrientes del marxismo occidental, elaboró una crítica de la cultura en el contexto del capitalismo tardío. Su objetivo era crear una teoría de la sociedad que fuera emancipadora ya que Horkheimer –y los otros pensadores de esta corriente- pensaban que las ciencias sociales estaban dominadas crecientemente por la racionalidad instrumental, lo que les impedía ser un instrumento de liberación social. Para el autor, esto supone una crítica del positivismo ya que conlleva una aceptación de la facticidad que se cierra a cualquier posibilidad de transformación. Esta perspectiva fue aplicada a los estudios del totalitarismo, la familia, el mercado, etc. Horkheimer –junto a Adorno con quién escribió varios libros- se vio luego fuertemente influido por el psicoanálisis y las teorías de Max Weber, lo que le llevó a una crítica de la agresividad y la racionalización en la vida moderna. Actualmente es considerado uno de los más importantes pensadores del siglo XX. Sus principales textos son Dialéctica de la Ilustración, Fragmentos filosóficos (escrito junto a Adorno) y Crítica de la razón instrumental.
Horkheimer fue nombrado director del Instituto de Estudios Sociales de Frankfurt en el año 1929. El Instituto se había fundado a principios de la década de los 20, en plena república de Weimar y en medio de una situación política agitada, pretendiendo ser el portavoz intelectual de los partidarios de la revolución social. El discurso inaugural, pronunciado por su primer director, Karl Grumberg, es en este sentido paradigmático. Los acontecimientos posteriores (burocratización soviética, nazismo alemán, control cultural occidental, etc.) van a hacer que este planteamiento revolucionario inicial derive hacia posiciones críticas del entorno social pero sin compromisos con ningún ideal social específico. El apartidismo radical de los miembros del grupo durante su exilio americano y a su regreso a Alemania, son una buena muestra de ello, con la excepción quizá de Marcuse. Esta crítica social se manifestará de diversas formas, según el pensamiento y las inquietudes de cada uno de sus miembros más destacados, pero que tiene algunos trazos que les son comunes:
1) La necesidad de una estrecha vinculación entre filosofía y ciencia. 2) Una perspectiva optimista de la sociedad humana, presumiendo en ella las potencialidades de desarrollar una sociedad más armoniosa. 3) La asunción de una orientación marxista aunque profundamente crítica con el marxismo ortodoxo. 4) El rechazo de la objetividad y neutralidad de las ciencias sociales ya que están estrechamente vinculadas con los procesos sociales, históricos, económicos y culturales. En consecuencia la imposibilidad de una ciencia social exenta de valores. 5) La preocupación por el tipo de relación con la naturaleza y el desarrollo acrítico de la tecnología.
En los escritos de Horkheimer de principios de los años treinta (que se nos han propuesto como lectura) podemos encontrar, aunque sólo apuntados, todos y cada uno de los trazos señalados. Su concreción definitiva se realizará en obras posteriores como "Teoría Tradicional y Teoría Crítica" (1937) o "Dialéctica de la Ilustración" (1944/1947, escrito conjuntamente con Adorno). Efectivamente, Horkheimer defiende, a lo largo de ambos escritos, su visión materialista y dialéctica del mundo, y por tanto contingente, fruto de la sociedad que la ha visto nacer. Ello conlleva el rechazo de todo absoluto incondicionado; pero, para evitar el más puro relativismo, el deber del filósofo será comprender la moral a partir de las condiciones de su surgimiento y desaparición. En el presente trabajo vamos a intentar mostrar cómo Horkheimer esboza en estos escritos los puntos relacionados, con algunas referencias también a la "Dialéctica de la Ilustración" del que es autor el propio Horkheimer juntamente con Theodor Adorno.
a) La vinculación de filosofía y ciencia.
La necesidad de la unión entre filosofía y ciencia está claramente expresada en el primero de los escritos[1]: "El materialismo exige la unión de la filosofía y la ciencia". Pero el significado de esta unión es precisamente la negación de la absolutización de los contenidos del saber y tomar consciencia de la temporalidad y contingencia de los mismos, entendiéndolos, no como un producto arbitrario, sino como la representación de determinados hombres en determinadas circunstancias. Por ello, todo conocimiento lleva el sello imborrable de su procedencia subjetiva. De esta manera son rechazadas todas las metafísicas idealistas que afirman la autonomía del conocimiento, del saber acerca del todo; pero también se rechazan otras posiciones sensualistas procedentes del positivismo, aunque reconoce que son más imparciales y tolerantes que sus adversarias. Desde este punto de vista puede criticar el empiriocriticismo de Mach, muy en voga en la Alemania de principios de siglo y que será uno de los fundamentos de la filosofía de la ciencia del círculo de Viena (Carnap), que supone un sujeto independiente del tiempo y concibe la ciencia como simple proceso de acumulación de conocimientos. Lo que separa a Horkheimer de los positivistas son precisamente las tesis metafísicas implícitas en sus planteamientos: la invariabilidad de las leyes naturales, la posibilidad de un sistema cerrado… En fin, la férrea línea de demarcación que establecen entre las apariencias (de las que se ocupa la ciencia) y lo esencial (que se reserva a la filosofía especulativa). Horkheimer explica la ciencia como un proceso dialéctico mediante el que se forman los conceptos de los objetos con la aportación del sujeto. Y los tres polos de este proceso (concepto, objeto y sujeto) se hallan en tensión permanente. La tensión entre concepto y objeto nos brinda una "autoprotección crítica frente a la creencia en la infinitud del espíritu"[2] y nos aleja de toda metafísica. La tensión entre concepto y sujeto es la que posibilita el avance científico y podemos compartir con el positivismo. La tensión entre sujeto y objeto nos impide "hacer coincidir absolutamente el saber con el objeto, como no sea en la sensación conceptual"[3]. Esta contradicción. presente en toda la Ilustración desde Descartes (res cogitans y res extensa), es la que se expresa en las relaciones entre el hombre y la naturaleza, la que nos separa del positivismo y que es el germen de la propia autodestrucción de la Ilustración como defenderá en "Dialéctica de la Ilustración". Resulta pues claro que, bajo esta concepción, las únicas orientaciones para la acción que podemos obtener proceden de esta unión entre ciencia y filosofía. Porque al materialismo "no le importa la concepción del mundo o del alma humana, sino el cambio de las relaciones determinadas bajo las que los hombres sufren y su alma se atrofia"[4]. Y la ciencia pura nada puede decirnos al respecto.
b) La perspectiva optimista.
Horkheimer no deja de señalar una y otra vez que la razón instrumental ha propiciado un desarrollo económico que posibilitaría una vida mejor para el conjunto humano si las condiciones sociales fueran otras[5]. Por ello, es indispensable que la reflexión filosófica tenga una dimensión emancipatoria de la que carece la pura razón instrumental. El mensaje de Horkheimer en este sentido es que esta dimensión es posible. La base de dicho convencimiento radica en que "las aspiraciones de los hombres a la felicidad han de ser reconocidas como un hecho natural que no necesita de ninguna justificación"[6]. Y, si esta sociedad ha conseguido que se les cierre el paso a la misma a un creciente número de individuos, surge con mayor fuerza la idea de una realidad mejor. Es esta transición posible, la que debe ser objeto de la teoría y la praxis actual; pero no con un sentido ahistórico ya que los ideales de hoy, al materializarse en el futuro, se convertirán en nuevas realidades sociales que será preciso criticar y superar nuevamente. "De ahí que la historia misma no haya dejado de ser hasta ahora una síntesis de luchas"[7]. Si bien es cierto, como señalará en "Dialéctica de la Ilustración", que el proyecto racionalizador ilustrado ha posibilitado el proceso de alienación y reificación que, a su vez, ha terminado con el ‘sentido’ de los hechos, no deja de aclarar que sólo mediante una radicalización de los objetivos ilustrados es cómo puede superarse el proceso[8]. La moral, pues, va a jugar un papel fundamental en esta concepción optimista del género humano. Pero no una moral basada en principios reguladores autónomos, sino una moral que exige explicaciones de toda miseria humana. "Nunca estuvo la pobreza de los hombres en una contradicción tan flagrante con su posible riqueza como en estas generaciones, donde los niños se mueren de hambre mientras las manos de los padres tornean bombas"[9]. Los hombres ya no son sujetos de su destino sino resortes de un sistema que no controlan y frente a esta situación sólo pueden responder con la compasión o con la política. Con la primera pueden combatir conjuntamente sus propios dolores y les conduce por tanto a la solidaridad. Con la segunda buscan la felicidad de todos los hombres y les conduce a la justicia y la igualdad. Compasión y política son, así, sentimientos con atributos ‘racionales’ que se hierguen como los principales mediadores entre lo particular y lo universal y como anticipación de un comportamiento liberado de toda opresión y degradación de la dignidad individual.
c) La orientación marxista.
Es muy visible en el vocabulario utilizado, sobre todo en estos primeros escritos. En "Dialéctica de la Ilustración" empezará a haber sustituciones de vocablos (obrero por proletario, empresario por capitalista, etc.) que significan más una separación de la versión estalinista del marxismo que de éste propiamente dicho. También es evidente que el marco conceptual de ambos escritos es marxista aunque conviene hacer algunas matizaciones. Para Horkheimer los procesos sociales son siempre históricos y, como tales, superables; Horkheimer no cree en la consecución de una sociedad comunista que acabe con todas las contradicciones. Tal como dice el propio Horkheimer parafraseando a Dilthey: "el materialismo renuncia a integrar
d) La neutralidad de la ciencia.
Fue Max Weber quien impuso la idea de la ciencia libre de juicios de valor como paradigma de la objetividad, estableciendo con ello dos esferas disjuntas: la de los hechos (objetivos, medibles, perceptibles) y la de los valores (subjetivos, culturales, libres). Contra esta concepción, bien arraigada, se rebela Horkheimer afirmando que si la ciencia no incorpora un momento de subjetividad, lo que probablemente esté haciendo es incorporar acríticamente los valores dominantes. Aún reconociendo la verdad como condición necesaria (aunque no suficiente) de la verdadera ciencia, Horkheimer destaca que los intereses también determinan la investigación, aunque su autor no los reconozca. Todo método, todo objetivo científico, está condicionado por factores históricos y es ilusorio pensar que se puede prescindir de ellos. Lo más adecuado es asumir que en la ciencia confluyen momentos objetivos y subjetivos y que esta teoría, preñada de valores, logra una "estructura epistemológica global, que da sentido a toda la descripción y a la que a su vez debe servir"[12]. Esta teoría crítica, que más adelante caracterizará su obra, pone en cuestión tanto la lógica formal por su carencia de elementos sustantivos como la fenomenología por su pretensión de búsqueda de esencias eternas mediante la reducción. Los hechos desnudos no son suficientes para edificarla, pero no podemos hacerla sin ponerlos en la base de todo conocimiento. Y con ello, desembocamos nuevamente en la moral porque, en definitiva, cuando hablamos de valores morales, estamos hablando de necesidades y deseos, de intereses y pasiones humanas que son fruto de un momento social concreto y que no podemos referir a un reino de valores eternos como pretendía Kant. Cuando con la teoría crítica se consiga la articulación del conocimiento físico y social con los verdaderos valores emancipadores, se habrá empezado a poner fin a las contradicciones sociales que impiden la transformación social necesaria para acabar con la miseria de los desfavorecidos. Y cuando Horkheimer se refiere a estos valores emancipadores no los hipostatiza, sino que, como buen marxiano, se ciñe al análisis concreto de la situación concreta[13]. No podemos definir qué son la libertad, la igualdad o la justicia (los tres grandes ideales ilustrados que no han perdido vigencia), pero no es difícil percibir las situaciones que adolecen de opresión, desigualdad o injusticia. Y si la teoría no encierra una voluntad superadora de las mismas ¿qué utilidad tiene? Los materialistas, pues, exigen a la teoría esta articulación de conocimiento objetivo y valores morales otorgándole "a la teoría una significación decisiva, opuesta a la mera recolección de hechos"[14].
e) La relación con la naturaleza.
Será el gran tema de la "Dialéctica de la Ilustración" cuya tesis central viene a ser que la Ilustración nace con el signo del dominio, con el afán del hombre de dominar la naturaleza y este signo, que se quería liberador, está en la base del proceso de alienación. Hemos pasado del ideal de saber contemplativo de los griegos, al conocimiento como medio de dominar y explotar los recursos naturales; pero finalmente, el hombre ha sido considerado como un recurso natural más[15]. Pero hay que ser precavidos: la superación de la perversión original de la Ilustración sólo es posible a través de la propia Ilustración. Adorno propondrá superar la enfermedad de la razón a través de la propia enfermedad. Estas ideas, que son centrales en el pensamiento de Horkheimer, ya están esbozadas en el segundo de los escritos analizados en el que se realiza una amplia crítica del pensamiento moral de Kant, cuyo idealismo individualista le hace incapaz de ver la contradicción entre el subjetivismo de la acción y sus efectos objetivos, llegando a la afirmación de que la confusión entre fantasía y realidad convierte a la filosofía idealista en pura magia. Para Horkheimer el error básico de Kant es considerar que existe una coincidencia básica de los intereses de todos los individuos de tal forma que puede suponer que el bienestar común surge, sin fricciones, de personas autónomas que actúan y deciden individualmente. Pero esta consideración es falsa. Las diferencias en los intereses de los individuos son insalvables por su posición relativa dentro del engranaje económico que les enfrenta en antagonismos irreconciliables. Sólo cuando estas formas económicas antagónicas, cuya introducción significó en su momento un progreso extraordinario, sean sustituidas por otras formas de vida social en las que prime la necesidad racional en favor del interés general, será posible esta coincidencia de los intereses individuales. Mientras tanto el ideal kantiano no puede tacharse sino de utopía. El análisis de la posición del individuo en el proceso laboral (recordemos la centralidad del concepto de trabajo en Marx) no deja lugar a dudas: ningún individuo controla el efecto de su trabajo sobre la felicidad o miseria de los demás. La solución propuesta por Horkheimer en ese momento, "la inclusión planificada de cada miembro en el proceso laboral, dirigido conscientemente"[16], tiene hoy un indudable regusto prosoviético y posiblemente no sería suscrita por el Horkheimer de años posteriores pero en los momentos en que escribe las líneas comentadas, todavía no se han destapado las miserias burocráticas del estalinismo.
Conclusión.
Horkheimer escribe los artículos comentados en el año 1933, un año después del ascenso al poder de Hitler y el mismo año del cierre del Instituto de Ciencias Sociales en Frankfurt por las presiones nazis. En ellos se vislumbran muchos de los temas que serán centrales en su obra posterior y en la de la Escuela de Franckfourt en general. Horkheimer, defiende el materialismo mediante la reivindicación de una nueva racionalidad, no meramente instrumental, en la que pueda fundamentarse una moral que si bien no dependerá de esencias absolutas, será al menos suficiente para perseguir unos ideales emancipadores. Está definiendo con ello una ética ‘negativa’: no podemos establecer qué cosa sea lo bueno, pero sí podemos detectar lo malo e intentar erradicarlo. Mediante esta sistemática podremos, en sucesivos avances, irnos acercando a lo bueno. La dimensión histórica de su pensamiento es básica y aunque no rechaza la idea de saltos hacia atrás (cómo no, en la situación política de la Alemania del 1933) mantiene el convencimiento en la posibilidad de dichos avances. Frente a las corrientes filosóficas más en boga en la época (neopositivismo y filosofía analítica) defenderá la necesidad de integrar ciencia y filosofía, ya que no es posible defender la eficacia de los medios para lograr un fin sin cuestionarse sobre la adecuación del propio fin a las verdaderas necesidades humanas. Y, por ello, criticará como insuficiente la lógica formal implícita en aquéllas ya que no se interroga sobre los verdaderos anhelos de la humanidad. Horkheimer busca la racionalidad de los fines últimos en los propios ideales ilustrados (libertad, igualdad y justicia) como si de una nueva ética material se tratase en pos de una objetividad irremisiblemente perdida. Al propio tiempo es plenamente consciente de la contradicción latente en los ideales ilustrados que desencadenan el proceso de alienación. Y con ello entra en un callejón sin salida que paralizará su pensamiento: no hay escritos notables de nuestro autor posteriores a la "Dialéctica de la Ilustración". Será la segunda generación de la Escuela de Frankfurt (Habermas a la cabeza) quien, reconociendo la imposibilidad de la objetividad en materia de fines últimos, reconocerá como mínimo la posibilidad de la intersubjetividad[17] y abrirá el camino hacia una nueva utopía: la comunidad ideal de comunicación.
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